Llega. Primero le tiembla levemente el labio superior, luego el cosquilleo desciende por el cuello y atraviesa su hombro derecho. El codo sin tino, la muñeca indócil. Las yemas, que no aciertan a agruparse. El bolígrafo, sobre la primera página, resulta inalcanzable. Dedica a su admirador una sonrisa: “Pareciera que”. Como el bochorno, el colapso se extiende a los escritores de las casetas contiguas y el turno de rúbricas se detiene. Los lectores, inmutables, se niegan a abandonar sus respectivas filas y quedan obstruidas las entradas del parque. Es entonces que la parálisis se propaga por los paseos y costanillas, y el desorden toma la capital. Se cuentan víctimas de todos los gremios: el interventor que perdió una hipoteca, la diputada que hubo de renunciar a su acta, la jueza que aplazó el desahucio, el vendedor que se quedó con el bolso en la mano. Incluso algún escolar queriendo ensayar su nombre con letras de palo.
Alguien señaló la caseta 199 como el origen del incidente, si bien nadie vio al operario cuando, desierta ya la Feria, descolgó el cartel adherido al toldo: “Hoy no firma NADIE”. Catorce días se alargó la confusión. Fue entonces que volvimos a leer.
Dolores García Almudever