Repetías año tras año el ritual. Te acercabas la primera o la segunda tarde. Aguardabas la apertura ansiosamente bajo el chubasco de mayo —no por esperado menos traicionero— o el sol abrasador de junio. Recorrías todas las casetas, una por una, a pesar de haber leído el cartel para encontrar tus favoritas. Como un pequeño buitre, exigías pósters, marcapáginas, pegatinas, chapas. Y después asaltabas Ultramar, Miraguano, Roca, Valdemar…, haciéndote con un botín de ciencia ficción o fantasía, para dar un último paseo triunfal con tu compra en la mano.
¿Cómo es que hoy te agobia la falta de tiempo? ¿Por qué ahora corres en busca de una o dos librerías, y compras sesudos ensayos? ¿Cuál es motivo que te lleva a pasar de largo, con un gesto de desprecio, aquel mostrador en que, humilde, aguarda el libro aquel que podría devolver los años felices a un corazón inocente?
José Moya Yangüela