Hay un poema de Raymond Carver que se llama “The best time of the day.” Empieza así:
Cool summer nights
Windows open
Fruit in the bowl
And your head on my shoulder.
Me pasaba el año entero, especialmente en periodo de exámenes, pensando en those summer nights en las que todo el trabajo está terminado y nadie nos puede encontrar, ahora o nunca.
Yo no tenía a nadie con quien compartir esa tranquilidad pero me imaginé viviendo en el poema hasta que nos mudamos a un piso sin jardín. A partir de entonces tuve que contentarme con desayunar en la terraza ocupada por la lavadora y con vistas a los vecinos del quinto. Mi madre me decía “deja de soñar, vivimos en Carabanchel no en Massachusetts, y no desayunes encima de la lavadora que se va a estropear”.
Junio llegó, y nada parecía diferente. Ni el aire ni la fruta.
Paseando por la feria, encontré un libro de Carver del tamaño del bloque en el que vivía. Busqué mi poema. Parecía diminuto aplastado entre tantas páginas. Seguí hojeando. Aquí. Este sería mi nuevo poema.
“Mi mujer”. Empieza así:
Mi mujer ha desaparecido con toda su ropa.
Celia Dosal Carabias