Corrió y corrió calle abajo como alma que lleva el diablo, culminando aquella borrachera desenfrenada de piernas con un estruendoso derrumbe sobre el puesto de la Librería Terranova. Sin margen de tiempo para que la muchedumbre se recompusiera de un conmocionado “¡oh!”, dio un bote para lanzarse de cabeza sobre los libros expuestos en el estand. Uno a uno los abría al azar, metía las narices dentro y esnifaba compulsivamente las frases que desaparecían dejando las páginas en blanco. A medida que iba vaciando libros, sus pulmones se encharcaban de literatura y así fueron colapsando a la par que el globo que parecía su cabeza se inflaba con dulces alucinaciones. Olió la sal de la vieja sirena, jugó a seducir con el vizconde de Valmont, se dejó tragar por una inmensa niebla y contempló la miseria del país de los habitantes ciegos. Fue al leer la última carta de Cyrano cuando sus pulmones al fin se hicieron pequeñísimas bolitas y un último aliento brotó de sus ojos en forma de una lágrima de cristal preciosa, que cayó al suelo del viejo parque reventando en mil pedazos y tiñendo la superficie del Retiro de una plata hechizada.

 

María Gil Conde (texto)
Luis Arteaga García (Imagen) – Sitio web

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